¿Qué es el riesgo? Cruzar la autopista sin mirar, bañarse con una tostadora enchufada, comerse un kilo de gambas con rigor mortis… La vida está llena de riesgos. Algunos debemos asumirlos; otro no. Nos hemos concentrado en la actividad diaria de un freelance para recopilar 11 “prácticas” que pueden poner tu negocio en peligro. Un poco de sentido común (y de humor) puede ser suficiente para conjurar el peligro:
1. Realizar proyectos para amigos y familiares
Piénsatelo bien antes de realizar un proyecto para alguien de tu familia, o para un amigo/a. ¿Qué tarifa vas a cobrarle a tu tía Margarita? ¿Realmente vas a cobrarle algo? Lo que está claro es que, por muy de la familia que sea, el trabajo no se va a hacer solo. Te va a llevar tiempo y esfuerzo, y si el rendimiento va a ser escaso, quizá es mejor que le recomiendes a alguien de confianza. Explícale que estás liadísimo, y que ese profesional trabaja muy bien. Incluso en ese caso, es posible que, tras el proyecto, tu tía o tu amigo te “eche en cara” la recomendación…
Trabajar para gente con la que mantienes vínculos emocionales tiene sus riesgos. Luego no te extrañes si, cuando entregas el trabajo, tu tía dice: “¿Esto es todo? Vaya, esperaba un poco más”. O si murmura: “Con estos precios, menudo negocio tienes montado…” Si eres capaz de encajarlo con deportividad, no hay problema. Quizá se trata de un trabajo puntual, que no va a repetirse más adelante, y puedes echarle una mano a alguien que aprecias. Pero si no lo ves claro, huye.
2. Trabajar con un amigo o con alguien de la familia
¿El primo Pepe va a echarte una mano con el trabajo a cambio de unos dinerillos? ¿Le vas a pasar una parte del proyecto a tu amiga María? Asegúrate bien de que tienen la competencia técnica necesaria y, sobre todo, deja las cosas muy claras antes de empezar: qué trabajo le corresponde a cada uno, qué es lo que se espera, cuánto dinero recibe cada uno, cuáles son las reglas, cómo conviene tratar al cliente, etc. Es mejor para todos que te pongas serio al principio, aunque sea un papel que ni te gusta ni te convence. De lo contrario, pueden surgir muchos problemas y malentendidos a lo largo del proyecto, y no es lo mismo “discutir” y “enfadarse” con alguien muy cercano a ti. No tiene por qué ocurrir, pero si pasa, habrás dañado una relación con alguien que aprecias por un simple proyecto.
3. Cerrar por vacaciones
Te mereces unas vacaciones, eso no lo duda nadie. Pero tal y como está el tema, es verdad que para muchos profesionales resulta un “lujo” -es decir, un riesgo- bajar la persiana durante un mes entero, renunciando a algunos proyectos. Ya sabes: todo depende de tus ingresos y tus gastos. Si el año te ha ido bien, y has ahorrado suficiente, disfruta de tus vacaciones. Si el año ha sido un desastre, quizá deberías aceptar ese proyecto de verano. Puedes posponer las vacaciones, o quizá puedes arreglarte con unas mini(vaca)ciones reparadoras.
4. Llegar tarde a la entrega
¿Se acerca el día de la entrega y no avanzas al ritmo necesario? Estás jugando con fuego, porque tu mayor activo como profesional es tu prestigio. No puedes dejarte llevar por la presión que el cliente te transmite. Si él dice que tiene que estar listo para el día X y tú sabes que eso es imposible, explícaselo. No te comprometas en vano. Esas falsas expectativas que has generado se volverán contra ti.
Si has cometido algún error que ha retrasado la entrega, o si los elementos se han conjurado contra ti, y no vas a cumplir el plazo, comunícaselo cuanto antes al cliente para que al menos tenga la oportunidad de poner en marcha un plan B. Toma nota de aquello que ha fallado, para que no vuelva a ocurrir. Si gestionas bien la situación, puede que el cliente incluso refuerce su confianza en ti: no sueles fallar, pero si alguna vez fallas, lo explicas de forma transparente y asumes tu responsabilidad. Es comprensible.
Si tienes por costumbre llegar tarde a las entregas, alguna pieza no encaja. Algo no funciona en tu método de trabajo, o en tus estimaciones. Tu carrera como freelance puede estar en un serio riesgo…
5. Trabajar sin copias de seguridad
¿Eres equilibrista y trabajas sin una red de seguridad? Mal asunto. Imagínate que te roban el portátil. O que se te cae una taza de café encima del ordenador, y el disco duro deja de funcionar. Una subida de tensión. Un error a la hora de hacer hueco en tus carpetas. Todas estas son cosas que pueden ocurrir -de hecho, ocurren con relativa frecuencia-. Y no puedes perder todos tus trabajos -incluido el último, que todavía no habías entregado- por un imprevisto.
Además, ya no tienes excusa, porque el almacenamiento de datos es muy barato. Realiza copias de seguridad en discos duros portátiles, y contrata algún servicio de almacenamiento online de ficheros. Puede que uno de los sistemas falle, pero nunca van a fallar todos a la vez. Pase lo que pase, estarás a cubierto.
6. Cambiar tu proveedor de ADSL
¿Recuerdas lo que es trabajar sin conexión? Es un auténtico infierno. Planifica bien el momento en que vas a cambiar de proveedor de ADSL, porque lo más normal es que te quedes unos cuantos días “aislado/a” del mundo. Existen varias estrategias efectivas para paliar esta situación. Quizá la mejor de todas es la de contar con una conexión alternativa a Internet vía satélite (utilizando un dispositivo USB). La velocidad de descarga no es la misma que con ADSL, pero te permitirá realizar las tareas fundamentales en cualquier lugar con cobertura telefónica para móvil. Otra opción más “social” consiste en acercarse a un café con wi-fi, o pedirle a tu vecino que te abra la red durante unos cuantos días.
De todas formas, el riesgo no está sólo en quedarse sin conexión; el proceso de darse de baja y de contratar la nueva línea puede acabar con la paciencia y la salud mental de cualquiera: llamadas telefónicas de media hora, pasando de departamento a departamento, tonos de espera interminables, entregas justo cuando no estás en casa, llamadas al servicio de mensajería, fax con reclamaciones, etc.
7. Descuidar la gestión de cobros
A veces no queda más remedio que esperar al final del proyecto para cobrarlo todo. Pero no por ello deja de ser un riesgo. Algunos clientes se harán los remolones, y te darán largas durante unos cuantos días; otros se quejarán de que faltan cosas, o intentarán meter cambios que no estaban contemplados. Incluso habrá clientes que directamente no quieran pagar. Y todos sabemos que “perseguir” a los clientes para que paguen es una labor ingrata, desesperante, y que nos desconcentra de nuestra actividad principal.
Y todo es susceptible de empeorar. Hay un círculo vicioso en el que conviene no entrar bajo ningún pretexto: realizar otro proyecto para un cliente que todavía no ha pagado el primero. Puedes acabar totalmente enganchado, incapaz de abandonar porque ya te deben demasiado dinero. Si al final pagan, pues quizá habrá valido la pena. Pero si no lo hacen, aquello habrá sido un infierno.
8. Levantarse cada día un “poco” más tarde
Tú eres propio jefe o jefa. Enhorabuena. Tu futuro está en tus manos. Tú eliges el lugar en el que trabajas, y los horarios de actividad. Pero ojo. Porque siempre existe la tentación de “dormir un poco más”, de levantarse cada día un poco más tarde. Eso significa que tendrás que acabar la jornada cada vez más tarde, puede que entrada la noche, o de madrugada. Y aquí es donde llega el gran problema: el desorden. Necesitamos observar unas ciertas rutinas para mantener el nivel de exigencia profesional. Así que, a menos que sepas manejarte bien en medio del caos y el desorden, quizá te conviene poner el despertador a una hora razonable.
9. Posponer el trabajo
Los anglosajones le llaman “procrastinar” (una palabra que suena horrible, por cierto), y consiste en dejar las cosas para después. No importa que te levantes a las 6 de la mañana si en realidad no empiezas a hacer algo productivo hasta las 11. Si vas dejando las tareas más importantes siempre “para otro momento” puede pasar una de estas dos cosas: que tu jornada laboral se alargue hasta el infinito o que nunca consigas acabar el trabajo a tiempo.
Es mucho mejor cuando consigues darle la vuelta a la situación: si aprovechas bien el tiempo, y atacas el trabajo con determinación y energía, puede que tengas toda la tarde para ti.
10. Pasarse el día “navegando” por Internet
Qué gran invento esto de Internet, ¿no crees? Puedes echarte una partidita de póker online, jugar un rato con los colegas, ver a unas muchachas y muchachos esculturales, leer la prensa, tragarte unos vídeos realmente divertidos, buscar billetes de avión baratos… Sí. En Internet puedes hacer eso y mucho más pero, ¿tú no estabas trabajando? Es mejor que no trates de engañarte a ti mismo. Todas estas cosas difícilmente te ayudarán a avanzar con tu proyecto.
Está muy bien que te relajes de vez en cuando, y que estés al tanto de lo que sucede en el mundo, pero recuerda que tu trabajo está esperando. Hay profesionales que consiguen un buen equilibrio entre ocio y trabajo, hasta el punto de que para ellos no hay mucha diferencia entre ambos. Pero hay gente que tiene que ordenarse de otra manera para aprovechar el tiempo de manera efectiva.
11. Trabajar demasiado
Casi todos los profesionales freelance empiezan compaginando su trabajo como asalariados con pequeños proyectos por su cuenta. Al principio todo suele ir bien: unos ingresos fijos, que aportan seguridad, y unos ingresos extra que vienen muy bien. El problema es que semejante carga de trabajo puede acabar con la ilusión y la energía de cualquiera. Otros son freelance con dedicación completa, pero aceptan tantos proyectos que no tienen tiempo material para “desconectar”.
Todo el mundo puede hacer un esfuerzo durante una temporada, pero no es tan difícil aguantar ese ritmo de manera sostenida. Hay que saber cuándo rechazar un proyecto para no acabar quemado como una cerilla.
Puedes consultar estos consejos para compaginar el trabajo en la oficina y los proyectos por tu cuenta sin quemarte
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